¿Adaptar o liberar?

La psicología se encuentra en una encrucijada fundamental que define no solo su identidad disciplinar, sino su función social y su responsabilidad hacia el sufrimiento humano. Recuperar la dimensión ética de la psicología significa reconocer que el malestar psíquico nunca existe en el vacío, sino que emerge de una compleja red de relaciones sociales, económicas y culturales que lo producen y lo sostienen. Cuando un psicólogo se limita a aliviar el dolor sin interrogar sus raíces, está participando implícitamente en lo que podríamos llamar una "anestesia social": mantiene al sujeto lo suficientemente funcional para seguir operando dentro de las mismas estructuras que generan su sufrimiento. Esta aproximación, aunque pueda ofrecer alivio temporal, perpetúa un ciclo donde el síntoma regresa bajo nuevas formas porque las condiciones que lo originan permanecen intactas. La pregunta ética fundamental que debe atravesar toda práctica psicológica es: ¿qué nos dice este sufrimiento sobre el mundo en el que vivimos? El síntoma, desde esta perspectiva, no es simplemente un error a corregir, sino una forma de verdad que el sujeto produce sobre su realidad. Cuando una persona desarrolla ansiedad en un ambiente laboral tóxico, cuando un adolescente se deprime en una sociedad que le ofrece solo consumo como forma de identidad, o cuando una madre experimenta culpa constante en una cultura que le exige perfección imposible, estos malestares están comunicando algo esencial sobre las contradicciones de nuestro tiempo.