Alvar Nuñez Cabeza de Vaca. Nueve años de vida errante

La novela relata la expedición de Pánfilo de Narváez hacia La Florida y la increíble deriva vital de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien parte como tesorero y alguacil mayor con aspiraciones de gloria y termina convertido en un superviviente errante durante casi nueve años por tierras desconocidas del Nuevo Mundo. Desde la salida de Sanlúcar, la obra encadena infortunios: defecciones masivas en Santo Domingo, el naufragio de dos navíos y la pérdida de hombres y caballos frente a Trinidad, una tempestad que destruye el pueblo de Trinidad y demuestra la absoluta vulnerabilidad de los españoles frente a la naturaleza americana. Pese a las advertencias de Álvar, Narváez decide internarse en Florida antes de asegurar un puerto seguro para la flota, arrastrado por la ambición y por los halagos de Pantoja. En la llamada bahía de La Cruz, los expedicionarios desembarcan con recursos exiguos, confiando en encontrar maíz entre los indios cercanos y en que los barcos hallarán más adelante un abrigo adecuado. La realidad desmiente pronto esos planes: terrenos anegados, marismas, ríos difíciles de cruzar, poblados pobres, poblaciones recelosas, y largas jornadas de marcha sostenidas solo con palmitos y raíces. Tras sucesivas pérdidas, choques con grupos indígenas y errores de navegación, la expedición se descompone. Algunos son capturados, otros mueren, otros quedan dispersos por distintas regiones, mientras Cabeza de Vaca y unos pocos compañeros se ven obligados a vivir entre las tribus, adoptando sus ritmos, sus rutas de caza y recolección, y aprendiendo a ver el territorio con ojos distintos. La novela se detiene en la experiencia de Álvar entre pueblos como Avavares, Cutalches o Susolas, donde la escasez obliga a comer nopales tostados, insectos y todo lo que pueda aliviar el hambre, y donde las enfermedades y el agotamiento diezman por igual a indígenas y españoles. En este contexto extremo surge la faceta más singular del protagonista: a través de rezos y gestos rituales, comienza a "curar" enfermos, que a menudo mejoran por la fe que depositan en él y en sus compañeros. Esos episodios, que los indígenas interpretan como auténticos milagros, convierten a los españoles en figuras semisagradas, los "hijos del Sol", y les otorgan prestigio y cierta protección. Aunque Álvar atribuye cualquier prodigio a la voluntad de Dios, no deja de reflexionar sobre el poder de la creencia, la fragilidad humana y la delgada frontera entre el milagro y la sugestión. Cuando, tras atravesar miles de kilómetros, por fin entra en contacto con colonos españoles en Nueva Galicia, el contraste es brusco. Capitanes como Diego de Alcaraz y funcionarios como Cebreros contemplan a aquellos desarrapados con desdén, interesados solo en utilizar su influencia entre los indios para atraer de nuevo a los fugitivos y someterlos a trabajos forzados. Cabeza de Vaca, en cambio, defiende que la grandeza de esas tierras no está en la caza de esclavos, sino en su fertilidad, en el trabajo libre de los indígenas y en la posibilidad de una colonización basada menos en el terror y más en la convivencia. El tramo final, con la llegada a Culiacán y después a Compostela, ofrece una imagen poderosa: aquellos hombres, reducidos casi a esqueletos, recuperan la ropa blanca y el calzado, pero no pueden borrar con telas finas los años de sufrimiento inscritos en sus cuerpos. Nueve años de vida errante se presenta así como una epopeya de naufragios, marchas imposibles, tempestades y encuentros culturales, pero también como una reflexión sobre el honor, la ambición, el fanatismo y la necesidad de mirar al otro —indio o español— más allá de los tópicos de la conquista.