El dictador es una seleccion de relatos de Miguel Angel Trujillo, de Mayabeque la Habana. el cual resultara atryente para lectores adultos, no importa la edad, dados sus controversiales tematicas. Pero Miguel Angel Trujillo es una de las derivaciones, malformaciones, flagelaciones, derroteros y esperanzas de aquellos jóvenes que vivieron los noventa en Cuba. Ésta es su huella o su hueco. Con un aire nostálgico de sus tiempos de rocker, Miguel Angel dota también a sus cuentos de cualidades afines a lo que quiere perpetuar. Por eso éste es un libro pelú, de aleaciones extraterrenas, lagañoso, cibermetálico, provocador, gutural, empastillado y grotesco. Uno recuerda al Reinaldo Arenas de "con los ojos cerrados" cuando lee "el dictador". Algo desigual sucede con la versión posmoderna de la cucarachita Martina ("los tiempos pasan" o el amor en los tiempos del desengaño)… ¿qué coño le estamos enseñando a los niños? nos pregunta además este ángel, de forma martiana. El aparente anacronismo ideotemático que surge al incluir, en un mismo libro, cuentos de ciencia ficción y de "realismo", se soluciona al descubrir que los primeros van en la misma dirección de los segundos. No nos sorprende si ya sabemos que Miguel Angel es un deudor del despunte científico-técnico de los años ochenta y estaría incompleta su visión de la vida sin Voltus V o la MIR. Orwell no puede faltar entonces, siendo junto a Charles Bukowski, Robert Heinlein, Ray Bradbury, el legendario Isaac Asimov y el pedófilo Nabokok, entre otros… los autores de culto de este escritor. Como en toda burla a lo post, hay mucha literatura revisitada… pero sin Macondo y sin Mc Ondo. Alguna vez, en un pretencioso artículo que me atrevo a citar y todo, quien estribe este proemio respondía a la defensa, algo bovarista, que el escritor Leonardo Padura hacía a "la educación sentimental" recibida por su generación, contraponiéndola a la ¿educación? de ésta otra "generation" de hoy, de leyenda indefinida aún para sus protagonistas. allí traté de esbozar una idea donde el supuesto deterioro cultural de estos tiempos, era parte de un fenómeno de masificación de la banalidad, que comenzó mucho antes, en los primeros noventa, imbricado de una manera sutil e intencionada con el derrumbe de determinados paradigmas político-filosóficos. Le decía a Padura, algo que bien pudo suscribir Miguel Angel: "Soy hijo de los noventa y es lo mismo que decir: crecí en el caos. Soy el principio de esa generación de reguetón y perreo que casi se cansó de causas y sacrificios personales, y en plenitud de facultades decidió "vivir la vida loca" como ya anunciaba otra canción olvidable, de contenido volátil y amordazado. El mundo nos pedía a gritos que nos ocupáramos de cosas de nuestra edad, porque luego no podríamos recuperar otro minuto; el mundo nos enseñaba en pantallas gigantes, tendidas en el camino, las estatuas de los fantasmas que recorrieron Europa y los sueños truncos e ¿irrealizables? de la utopía. En ese afán por buscar el tiempo perdido que nuestros padres no creyeron con Marcel Proust, empezamos la carrera. A fin de cuentas: dejemos a los mayores recomponer ese desastre vencido por la intolerancia; no era aquel nuestro asunto, la historia se acababa esta noche. Éramos la generación no comprometida que observaba impasible, sin lamentarse ni entender demasiado las lágrimas ajenas, la caída del muro de Berlín. Esos escombros no eran nuestros."
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